Luego del funeral Mónica decidió alejarse de la ciudad. En medio del
desasosiego y el inmenso pesar que le ocasionaba la pérdida de su madre, lo que
menos le apetecía era permanecer en un lugar atestado con luces de colores,
villancicos y un empalagoso espíritu navideño.
Llegó a casa, cambió su elegante vestido negro por jeans, suéter y
botas, subió a su coche y, sumergida en un trance que le impedía sentir,
condujo sin detenerse hasta una hermosa cabaña a orillas del lago Lemán.
Era un lugar fascinante, sumergido en el silencio, donde se respira
aire fresco con ligero aroma a pino. El trinar de las aves acaricia tus oídos y
tu vista puede deleitarse con mágicos atardeceres que dan la ilusión de que el
sol descansará sumergido en las azules aguas del lago.
Al bajar del coche, Mónica sucumbió a la tristeza, como si hasta ahora
se hiciera consciente de la realidad. Su madre lo era todo para ella y, desde
que le detectaron el tumor, Mónica no había dejado aflorar ninguna emoción que
pudiera desalentarla, desde ese momento reprimió su llanto y se transformó en
su motivadora personal, siempre alegre y cargada de optimismo.
Ahora todo había terminado, ambas perdieron su batalla contra el cáncer
y el dolor e impotencia contenida salía a la superficie como la devastadora
lava de un volcán, siniestrando cualquier vestigio de esperanza que encontrara
a su paso.
Como pudo, entró a la cabaña y se acurrucó en el sofá junto a la
chimenea. Sus lágrimas brotaban sin control, sentía una enorme opresión en el
pecho, el dolor le estaba desgarrando el alma. Y es que a esta hermosa mujer de
sólo 30 años la muerte parecía no darle tregua, como si cual amante celoso
conspirara para arrebatarle todo lo que ama.
Con sólo 3 años de edad perdió a su padre, quien jamás volvió de la guerra.
Su hermano mayor pereció en un accidente aéreo volviendo a casa para navidad
cuando ella sólo contaba con 16 años. Hace sólo 4 años su esposo y su único
hijo murieron en un accidente de coche mientras regresaban a casa para
sorprenderla con un regalo por su cumpleaños y, en este momento, el cáncer
acababa de arrebatarle la vida de su madre.
Se sentía abrumada y tremendamente cansada de vivir sólo para superar
las pérdidas de aquellos a quienes amaba. Su vida estaba signada por la
tragedia, la muerte y su guadaña parecían ser sus leales compañeras.
Se levantó y se miró en el espejo como si intentara hurgar en lo más
profundo de su ser para encontrar una explicación a su desdicha, pero sólo veía
el reflejo de una mujer taciturna y aturdida.
Sacudió la cabeza como queriendo deshacerse de esa imagen y se fue a la
cocina, abrió la mejor botella de vino que encontró y se dirigió hacia el
apacible lago.
Al sentir la fría arena bajo sus pies descalzos experimento un fuerte
escalofrío, aun así continuó avanzando hasta adentrarse lentamente en las
heladas aguas, ignorando a su acelerado corazón y sus temblorosos músculos que
parecían gritarle que saliera de allí porque corrían peligro. A pesar de que
cada vez le era más difícil controlar sus piernas prosiguió avanzando hacia lo
más profundo, hasta que su acelerada respiración disminuyó y el latido de su
aterrorizado corazón se volvió imperceptible.
En ese último instante, pálida, inmóvil, rígida, sus recuerdos más
felices junto a sus seres amados continuaban proyectándose en su mente como una
película.
Así, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, Mónica sumergida en
las azules aguas del Lemán se despedía de su exigua y atormentada vida.
-FIN-
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