viernes, 14 de septiembre de 2018

La Última Promesa


El anciano encontró la llave en un cajón del clóset mientras recogía las cosas de su difunta esposa para donarlas a la caridad. Estaba guardada en un cofre de plata junto a las arras que le había entregado el día de la boda, la nostalgia le invadió, no pudo contener las lágrimas, ráfagas de recuerdos cruzaron por su mente en ese instante.

Esa llave, que su esposa siempre guardaba con gran recelo, abría la puerta de una hermosa cabaña a orillas de un lago que él le había obsequiado por su primer aniversario de bodas, y desde entonces había sido su refugio secreto, el lugar donde escapaban para disfrutar a plenitud de la magnificencia de su amor.

El anciano tomó su chaqueta, se subió al coche y condujo hasta aquel lugar. Al llegar su cuerpo se estremeció, con las manos temblorosas abrió la puerta, encendió el fuego de la chimenea, se sentó en el sofá y comenzó a recordar lo feliz que había sido junto a aquella gran mujer, con quien había compartido 45 años de su vida y que ahora había partido dejando en su alma un vacío enorme que no sabía cómo llenar. No tenía ni la más remota idea de cómo hacer para vivir con la ausencia de quien durante todo ese tiempo había sido su amiga, su amante, su confidente, su apoyo, su único y gran amor. Y aunque estar en ese lugar le hacía sentirse más cerca de ella; ya que en cada rincón, en cada detalle, en cada objeto podía sentir la presencia de su amada, eso no le daba consuelo a su alma.

Se levanto del sofá y se dirigió a la cocina por algo de beber. Grande fue su sorpresa al mirar en la puerta de la nevera sujeto con imanes un sobre que decía: “Amado Juan, sé que vendrás aquí”. El anciano arranco el sobre y lo abrió desesperadamente, encontrando una carta de puño y letra de su mujer donde le escribía:

Amor de mi vida, hoy descubrí que me tocará partir de éste mundo antes que a ti; aunque siento una enorme tristeza porque sé que mi partida te ocasionara un gran dolor, debo confesarte que mi alma se siente aliviada, porque el mayor temor que tuve toda mi vida fue que llegara el día en que tuviera que aprender a vivir sin ti.
Espero que aceptes la decisión de Dios como yo lo he hecho, pues realmente me siento muy agradecida con él por haberme concedido la dicha de conocerte y ser feliz a tu lado durante todo este tiempo. No permitas que el dolor de perderme sea más grande que tu fe.
Mi corazón se queda contigo y te acompañará hasta el último día de tu vida, así que debes prometerme que encontraras la forma de volver a sonreír, que dejaras de lado la tristeza, te reconectaras con la alegría y disfrutaras a plenitud los años que te queden de vida. Este es mi último deseo y la última promesa que le harás a tu esposa.
Amado Juan sólo si me prometes cumplir con esto yo podre descansar en paz.
Eternamente tuya…
Helen
El anciano apretó la carta fuertemente contra su pecho y entre lágrimas dijo: en nombre de nuestro inmenso amor, amada mía, te lo prometo.

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